Tu mar me duele,
la ausencia de tu mar me hiere.
Tú has muerto
pero yo sostengo tu muerte,
aguanto tu peso liviano y hueco
con mis brazos alzándolo al cielo del recuerdo,
y me llueves olvido a la orilla del mar…
De tu mar…
De nuestro mar…
Hermano, aquellas tardes jugaste a mi lado
a vencer a las olas y a las sales y a humillarlas
a golpe de futuro y juventud,
cien mil veces las vencimos y, exhaustos,
cien mil tardes bajo el yugo de nuestros cuerpos desnudos
uncimos a cien mil bueyes, tardos y alocados de llanto y tiempo…
anclados en un mismo y cavernoso útero hoy ya sin eco.
Cayó tu ancla, hermano,
y arrastró con ella la cadena
que aferraba el majestuoso barco a su existencia,
a la tuya, a la mía…
Hoy triste bajel cabecea desnortado,
sin rumbo, y apenas sin dejar estela
camino de ese horizonte de filo de guadaña y anaquel polvoriento.
Tu ausencia en mi playa me asesina
y me deja vacío de mí, sin identidad ni referencia.
Mar inmenso e indiferente, a veces, advino tus contornos
de aire, brisa y hermano muerto que dejó en tierra
remolinos de odio y pleamares de ayer.
Vienes hacia mí vacío de carne y henchido de arenas,
apagando estrellas con un soplido de penas,
con jardineras de alábega adornando tus venas,
en tu rostro de algas y caracolas
se dibuja un mirar confuso que me invita
a parar el tiempo feliz de salto sobre las olas
y peleas de delfín al anochecer en la playa…
De madrugada en las aguas negras…
cientos de ausentes caminan sin ojos
por la orilla refrescando sus yertos tobillos con vida marina…
un coro de cavernas coralinas entona
el réquiem de un hermano muerto y el de una ola quieta
…abrazando al poeta …
que llora en la orilla sin tinta, sin fe, sin destino,
sin venas, sin voz…
Paseo de hermano muerto por las negruras,
cabalgata de escualos de infinitos dientes,
sobre el lomo negro del cetáceo durmiente.
Te llaman las rocas con voz doliente,
te persiguen las fluorescencias en las alturas,
de los briosos mástiles a las amuras,
a las bordas, las sentinas y castilletes de luna creciente,
de las vacías simas de coral luciente y amantes pinturas,
que se persiguen dos almas destrozadas en las honduras
buscando el ayer perdido y arrancado atardecer adolescente
dos hermanos muertos como dos delfines
boqueando sin mar que amar y expuestos en el arrecife.
El Cabo te llama, las arenas te añoran…
Tu mar me duele…
Tu trozo de playa me escuece…
Mi ser y mis entrañas se giran… no estás…
Y el vacío de mi copia empequeñece a la mar.
¡Qué grande es el vacío cuando se busca!
¡Qué pequeño cuando se ignora!
Ansío amor y vienes tú… pues tus lumbreras,
tu voz y tus caricias me vuelven en ti,
y al fin el mar se vuelve azul y en mí
y el hermano muerto se pierde en las sombras
del lomo del pavoroso cetáceo negro
que lanza espadas de plata al firmamento
intentando romper estrellas…
¡Qué feo es mi mar de luto y mortaja!
Me das miedo… tan oscuro.
No me gusta pasear solo por la orilla del mar
cuando llueve olvido y anega noche.
Temo encontrarte y despertarte
intentando pronunciar mi nombre;
sé que cuando tenías miedo
tu voz lo esculpía en sones de armonía,
como sortilegio y ensalmo, como una ayuda…
Temo escuchar mi nombre pronunciado por las olas,
Temo tener que nadar hacia ti, hermano,
envuelto en olas de raso zafiro y azabache,
en espuma de ébano y lágrimas de basalto…
y rescatarte y regresarte y revivirte…
Y es que el mar y la noche son lo mismo…
y la muerte y tu voz llamándome son lo mismo…
y el cetáceo negro y tu hueco son lo mismo…
y tú y yo, hermano, jugando en la mar,
¿qué éramos sino los mismos… y lo mismo?
(Hace mucho tiempo, una noche sin mar…)
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