Eran unos ojos
tan expresivos…
Tan francos y
nítidos
de nortes
árticos, de sures antárticos…
Cuando mi
aliento hecho onda
se sumergió en
ellos,
se provocó un
espasmo,
un pequeño
cataclismo
que derivó en
sunami…
y desbordó una
lágrima.
Eran unos ojos
tan tuyos,
tan abiertos y
míos
de profundas
umbrías forestales…
Cuando mi voz
anidó en su iris,
mi palabra en su
retina,
un orgasmo subió
por la médula,
un terremoto
sacudió los párpados,
y se licuó el
sustantivo en licor.
En el instante
en que se viaja
del sueño al
bullicio inhóspito,
del cielo al
suelo,
del ojo al pie..
un pequeño
aleteo de mariposa
en la otra punta
del infinito
provocó un colapso
de pestañas,
que fueron
derrumbándose
como las fichas de
un dominó
preñado de
puntos negros
de
interrogaciones decapitadas…
Parpadeó el
destino.
En el instante
en que se viaja
del sueño al
bullicio inhóspito,
del cielo al
suelo,
del ojo al pie…,
la lágrima
llovió calma y diáfana,
como el sudor de
Afrodita.
Pero el corazón
y lo sanguíneo
la enturbiaron,
no se aferró al
puente onírico
de la ceja
dormida,
y se devino en
sucia realidad,
pus nociva,
ponzoña ácida,
pegote insulso,
veneno inútil,
mancha estallada,
y se aplastó en
el camino
de polvo y
huesos…
pisoteada por
veintisiete peregrinas
en la terminal
de los recuerdos,
en el andén del
olvido.
“Afortunados los ojos que así llorar pudieron,
y dichosos aquellos que los vieron.”
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