¡Qué sabrá usted de luz,
estrella de celofán
entre bocados de olvido,
y perfumes de alquitrán!
Trazo de esquina nocturna
garabato de amargura,
glóbulos negros fonéticos
cargaditos de negrura.
Doña Sombra Sin Sendero,
Doña Oscura Siempre Noche,
no me confunda, no,
que no son eso mil estrellas,
sino lágrimas de plata
de cien mil muertas doncellas.
Muertas de hablar infinitos,
y esperar a madreselvas,
en galaxias sin dos soles,
y de amores hechos piedra
en jardines sin colores;
muertas de esperar síes,
mudas de soñar noes,
suspirando en los andenes
por invisibles vagones.
Parióse usted a medianoche
en catafalco de nata,
sin más luna que la una
que sonaba en las alturas
en campanario de escarcha;
al soplar a mi velita,
que titilaba en su frente,
cortó la trenza del sol
que venía a proponerle
mil y un sueños aljamiados
en cabalgatas de Oriente,
en puentes colgantes de luna,
y en versos en Occidente…
No me confunda, no,
que no son eso mil estrellas,
sino lágrimas de plata
de cien mil muertas doncellas
enterraditas en calles
de metaforitas llenas.
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