Oigo
en
la oscuridad de la noche
a la que
detuvieron mis delirios
haciéndola
instante infinito
tu
cadente respiración,
curvando
el infinito,
entre
dunas de agua dulce
que
sobrepasan los contornos lunares;
mi
mano, hecha brisa,
levanta
olas de espuma
y
aristas indómitas;
al
pasar como un susurro
rozando
tu superficie,
se
pica el instinto,
y
hay marejada en tus ojos…
rielan
mis ojos en ella,
como
dos lunas ojipláticas
y
los dedos aran las aguas
dejando
pentagramas de plata,
masticando
humedad y abismo;
perdida
en mis infinitos,
tu
isla irreverente,
baudelariana
y febril,
ofrece
las rizadas copas de sus palmeras
a
sabios dedos
llenos
de memoria y nieve.
Y
allí se quedaron,
tal
vez para siempre,
maquinando
orillas,
depurando
versos,
cosiendo
renglones…
Ruja
el mar,
se
desgañiten las sirenas…
mi
oído está en tu pecho
y
solo escucha
rumor
de olas,
rumor
de caracolas
sinfonía
de realidad:
la
palabra amor late,
no
es un sueño…
la
única mortal infinita,
palabra
concepto,
concreto
y eterno.
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