¿Qué palabra incauta quedó encarcelada?
¿Por qué tus labios entreabiertos de futuro
cruzaron barrotes de marfil e hicieron rea
a esa palabra que, presa,
en nuestras
esquinas lloriquea?
Qué paradoja que el clavel del permiso,
la llave de coral de tus síes
cautive aquella palabra que pende amarga
del miedo del paladar,
entre sillares de nácar, bóvedas de fresa,
puente de pasión
y barrotes de olvido…
Acero…
Cerradura…
Condena y pena.
Tan sólo al día media hora de patio,
absorbiendo sol
y soñando sales…
cuando se cruza,
contigo,
contigo,
fugitiva y dormida,
en atalayas lejanas
de ciertos momentos.
¿Levantar la condicional?
¿Indultar los verbos
lacios de titubeos?
Tal vez mi opción,
la mía, triste bocetero de nadas,
intentar la fuga…
Sí.. ¡la fuga!
Como la primera vez que nuestras palabras
se amotinaron en nuestros pechos,
hicieron túneles
y tejieron puentes en el firmamento…
huyendo para ser encontradas.
Sí, ¿me oyes?
tal vez la fuga.
Triste condena el silencio,
peor el recuento diario del carcelero.
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