Queda
la palabra varada
- a
veces -
como
hueso de dátil
en
el paladar de la noche.
Queda
un sí cincelado en la tarde
como
huella en la arena
o
una gota que espera
atrapada
en el barro
una
lluvia de abril.
(Se
colapsa el universo,
se
ennegrece un teclado
y
algo va a la deriva
observado
por ojos velados
y
bocas cosidas.)
Queda
en el fiel de un instante
un
silencio afilado
como
novia ultrajada
por
el dedo de un dios.
Queda...
el
susurro del viento
que
persigue unos besos
que
mastican dolor.
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