Me acechas…
A veces veo tu sombra
en las esquinas de mi cuarto,
en las paredes mudas del pasillo.
Te siento…
cuando deslizo mis pies por el parqué
y porque me susurras tu nombre.
Me tocas…
cuando velo mis noches
y pinto mi techo de estrellas
con lágrimas que lo llueven.
Te temo…
cuando cierro los ojos
y la negrura me envuelve
y el puente levadizo de los sueños
abre sus fauces
con pesado ruido de cadenas,
amenazando con dejarme dentro,
soñando para siempre.
Te oigo...
el eco de tu voz
se desliza por las ventanas
con huella de garra
de frío derretido.
Te huyes…
cuando sientes sus pasos,
cuando te atormenta
el latir tierno y tibio
de su titánico corazón,
cuando te atormenta
el latir tierno y tibio
de su titánico corazón,
cuando te asfixia su cálida piel,
cuando te espanta el chasquido húmedo
de sus húmedos besos,
cuando te sierra las sienes
el chasquido suave
de suaves sábanas.
Y te incinera
bajo fieros fuegos febriles
su mirada.
Te esfumas.
Te disipas.
Te sonrío desde el quicio de mi vida
y te digo adiós con el pañuelo blanco
de mi blanca lengua.
¡A tu reino vas,
al lado negro de la luna!
Donde solos vagan silenciosos
sin ojos,
sin manos,
sin voz,
sin voz,
sin esperanza:
solos,
millones de ellos,
con el corazón en las manos
mendigando luz,
una gotita de ella.
Oscuridad donde se pierde
-infinita-
la edad del Sol, Sol...edad.
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