Los segundos hacen equilibrios
en los campos secos
de las yemas de mis dedos.
Afuera la vida se extingue
a su ritmo indiferente y prepotente,
suponiéndose inmortal.
El tiempo hace burbujas
como aceite hirviendo,
y fríe sueños,
en la coqueta freidora de hormigón.
La vida reniega
mientras pasos de placer
y jadeos de luna
resbalan por las paredes.
Y en la piel, de nuevo,
descosidos
que enseñan las orejas del corazón;
rotos de alma
por donde mana esperanza a
borbotones.
La indiferencia,
allá en las antenas
- tocadas de pájaros negros lorquianos
–
coagula el derrame inútil,
hace costra como la seca tierra
sobre los secos cuerpos.
Y entonces, tus ojos…
Y la miseria se cuece allá abajo
mientras de tu mano
sobrevolamos
los borbotones plomizos
de la ciénaga hedionda
que ayer nos parió
y hoy nos reclama…
Y entonces, tus ojos...
Y todo, todo
se volatiliza,
se hace transparente,
y todo, todo, todo,
violando identidades y contornos,
empieza a dar igual.
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